Documentalista, si es que sus obras poéticas,
apasionantes y reveladoras pueden categorizarse tan sencillamente como eso;
Documentales.
Las obras de Artavazd Pelechian hacen evidente lo
insuficiente e innecesario que es utilizar categorías para clasificar el arte
audiovisual. Ante sus cortometrajes nos enfrentamos a un mundo único e
irrepetible -como lo es con cada artista que ha logrado perfeccionar su
individualidad y crear obras de arte-.
La creación
artística es un parto. La obra de arte es un organismo vivo, del cual debemos
desprendernos, no nos pertenece. Su obra Life(Kyanq)
de 1993, fue el primero de sus trabajos que contemple. Desde el primer momento
me impacto por la poética que de cada plano irradiaba, la complejidad de una
estética ya perfeccionada. En la sencillez se encierra lo complejo, en lo
cotidiano se esconde lo eterno. Su interés por recoger la realidad cotidiana,
ha hecho que se generalice su trabajo en documental. Pero no es así, sus obras
se pueden relacionar más correctamente a personalidades como Tarkovsky,
Bergman, Visconti o Kurosawa, que a la de un simple documentalista. Cada uno en
su forma única e irrepetible de configurar las imágenes, pero en ellos palpita
un mismo espíritu. Uno que llama a la salvación del ser humano, que busca el
equilibrio entre el humano, la naturaleza y la espiritualidad. Que busca poner
en relación al ser humano con el mundo. Que penetre en nuestra conciencia, que
nos cuestione el sentido de la vida, el sentido de la existencia, el dolor, que
nos sobrecoja.
En Life(Kyanq) Peleshian
recoge un parto, así de sencillo. Cualquier intento por encontrar simbolismo,
mensaje, lo destruye todo. Ante nosotros esta un hecho, que concentra la vida
que se nos escapa de las manos como el agua. Solo con un dominio absoluto de la
técnica, es que el artista puede quebrantarla para poner en su lugar un método
propio de componer sus imágenes.
En The end(Konec) de
1992, se nos muestra los rostros de varias
personas que viajan juntas en un tren. Personas que ahora conocemos, y que
forman parte de nuestra existencia. La inestabilidad de la cámara, el realismo
de las expresiones, el sonido rítmico del tren, todo favorece para situarnos en
la perspectiva de un pasajero mas. Recuerda los planos secuencia y panorámicos
de Luchino Visconti en su Morte a venezia,
donde Gustave Aschenbach, observa la vida que
transcurre alrededor suyo. Nos sitúa en el lugar de un pasajero que observa. Y
nos induce a esta reflexión, a nuestro desapego con la vida cotidiana, y luego
nos une a ella. Allí donde una niña cae en un profundo sueño, donde un niño nos
observa desde el pasillo, un anciano nostálgico, la sonrisa de una mujer. Las
tomas a detalle nos inducen en un nivel aun más profundo, las arrugas de las
manos, el pelo que brilla a causa del sol que se filtra por las ventanas. Y de
pronto el viento, aquello no puede ser ya una simple reflexión, es ahora una
experiencia. Nos perdemos en un mundo espiritual y poético. Y de pronto ya no
observamos el mundo, somos nosotros los que recordamos, los que caemos en un
sueño largo y profundo. Los arboles, el mar. ¿Seremos observados? Luego la
oscuridad, una luz al final del túnel. Un viaje que inicia, que transcurre y
que finaliza, un círculo perfecto. Simplemente es la vida, con todo su misterio
y sus matices. Pelechian utiliza la música, no como elemento dramático, sino
como el soplo del viento. Nos eleva a otro nivel de percepción. Nos empuja a
contemplar el mundo desde lugares que jamás lo hemos imaginado.
Inhabitnat
de
1970, es la obra que más me ha conmovido de su filmografía. En esta obra de
arte se nos presenta la contradicción que domina nuestra existencia; lo bello y
lo terrible. Nos muestra una mirada sin filtro a la belleza que nos rodea, que
incluso me atrevería a confirmar inherente a la conciencia humana.
Progresivamente las imágenes son más confusas, violentas y sin forma. La presencia
del humano es percibida a través del caos que este causa. No es necesario ver a
los hombres disparar sus armas para comprender que este mundo ha perdido el
equilibrio a causa nuestra. Los sonidos de armas y vehículos se confunden con
el caos de los animales chocando entre sí y con el entorno. Las miradas de los
animales desconcertados, que han sido lanzados fuera del lugar al que
pertenecen nos causan escalofríos. Del horizonte se levantan las siluetas
monstruosas de los hombres, trayendo consigo caos y destrucción. Lo hemos
corrompido todo, amamos demasiado el mundo que hemos creado. Creemos que la
tierra nos pertenece, cuando simplemente somos un habitante más. Pero aun no es
tarde, es necesario que el humano sea apto para percibir la belleza, hemos perdido
ese don, el don de mirar a los seres vivos a los ojos, y descubrir en ellos su
alma. Si amamos, es posible que aun no sea tarde. Y así como la contradicción
belleza y caos nos define, es reciproca, caos y belleza. Aun hay esperanza, no
está todo perdido. Nuestro paso por la tierra es temporal, viajamos juntos, no
solo los humanos como en The end,
sino con la naturaleza. Contribuyamos a la salvación del mundo. Que nuestra
civilización sirva para conectarnos a la naturaleza, que a su vez nos conecta
con el espíritu. Necesitamos Fe.
Recientemente he visto The seasons of the year de 1975, mediometraje remarcable que quizá
en otra ocasión aborde. A fin de cuentas el valor de estas obras está en el
momento en que uno las experimenta, hago este breve artículo a manera de
homenaje y para que aquellas personas que no saben cómo enfrentarse a estas
obras de arte, se les facilite.
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