viernes, 8 de noviembre de 2013

Artavazd Pelechian


  Documentalista, si es que sus obras poéticas, apasionantes y reveladoras pueden categorizarse tan sencillamente como eso; Documentales.
Las obras de Artavazd Pelechian hacen evidente lo insuficiente e innecesario que es utilizar categorías para clasificar el arte audiovisual. Ante sus cortometrajes nos enfrentamos a un mundo único e irrepetible -como lo es con cada artista que ha logrado perfeccionar su individualidad y crear obras de arte-.

   La creación artística es un parto. La obra de arte es un organismo vivo, del cual debemos desprendernos, no nos pertenece. Su obra Life(Kyanq) de 1993, fue el primero de sus trabajos que contemple. Desde el primer momento me impacto por la poética que de cada plano irradiaba, la complejidad de una estética ya perfeccionada. En la sencillez se encierra lo complejo, en lo cotidiano se esconde lo eterno. Su interés por recoger la realidad cotidiana, ha hecho que se generalice su trabajo en documental. Pero no es así, sus obras se pueden relacionar más correctamente a personalidades como Tarkovsky, Bergman, Visconti o Kurosawa, que a la de un simple documentalista. Cada uno en su forma única e irrepetible de configurar las imágenes, pero en ellos palpita un mismo espíritu. Uno que llama a la salvación del ser humano, que busca el equilibrio entre el humano, la naturaleza y la espiritualidad. Que busca poner en relación al ser humano con el mundo. Que penetre en nuestra conciencia, que nos cuestione el sentido de la vida, el sentido de la existencia, el dolor, que nos sobrecoja.

  En Life(Kyanq) Peleshian recoge un parto, así de sencillo. Cualquier intento por encontrar simbolismo, mensaje, lo destruye todo. Ante nosotros esta un hecho, que concentra la vida que se nos escapa de las manos como el agua. Solo con un dominio absoluto de la técnica, es que el artista puede quebrantarla para poner en su lugar un método propio de componer sus imágenes.

  En The end(Konec) de 1992, se nos muestra los rostros de varias personas que viajan juntas en un tren. Personas que ahora conocemos, y que forman parte de nuestra existencia. La inestabilidad de la cámara, el realismo de las expresiones, el sonido rítmico del tren, todo favorece para situarnos en la perspectiva de un pasajero mas. Recuerda los planos secuencia y panorámicos de Luchino Visconti en su Morte a venezia, donde  Gustave Aschenbach, observa la vida que transcurre alrededor suyo. Nos sitúa en el lugar de un pasajero que observa. Y nos induce a esta reflexión, a nuestro desapego con la vida cotidiana, y luego nos une a ella. Allí donde una niña cae en un profundo sueño, donde un niño nos observa desde el pasillo, un anciano nostálgico, la sonrisa de una mujer. Las tomas a detalle nos inducen en un nivel aun más profundo, las arrugas de las manos, el pelo que brilla a causa del sol que se filtra por las ventanas. Y de pronto el viento, aquello no puede ser ya una simple reflexión, es ahora una experiencia. Nos perdemos en un mundo espiritual y poético. Y de pronto ya no observamos el mundo, somos nosotros los que recordamos, los que caemos en un sueño largo y profundo. Los arboles, el mar. ¿Seremos observados? Luego la oscuridad, una luz al final del túnel. Un viaje que inicia, que transcurre y que finaliza, un círculo perfecto. Simplemente es la vida, con todo su misterio y sus matices. Pelechian utiliza la música, no como elemento dramático, sino como el soplo del viento. Nos eleva a otro nivel de percepción. Nos empuja a contemplar el mundo desde lugares que jamás lo hemos imaginado.

  Inhabitnat de 1970, es la obra que más me ha conmovido de su filmografía. En esta obra de arte se nos presenta la contradicción que domina nuestra existencia; lo bello y lo terrible. Nos muestra una mirada sin filtro a la belleza que nos rodea, que incluso me atrevería a confirmar inherente a la conciencia humana. Progresivamente las imágenes son más confusas, violentas y sin forma. La presencia del humano es percibida a través del caos que este causa. No es necesario ver a los hombres disparar sus armas para comprender que este mundo ha perdido el equilibrio a causa nuestra. Los sonidos de armas y vehículos se confunden con el caos de los animales chocando entre sí y con el entorno. Las miradas de los animales desconcertados, que han sido lanzados fuera del lugar al que pertenecen nos causan escalofríos. Del horizonte se levantan las siluetas monstruosas de los hombres, trayendo consigo caos y destrucción. Lo hemos corrompido todo, amamos demasiado el mundo que hemos creado. Creemos que la tierra nos pertenece, cuando simplemente somos un habitante más. Pero aun no es tarde, es necesario que el humano sea apto para percibir la belleza, hemos perdido ese don, el don de mirar a los seres vivos a los ojos, y descubrir en ellos su alma. Si amamos, es posible que aun no sea tarde. Y así como la contradicción belleza y caos nos define, es reciproca, caos y belleza. Aun hay esperanza, no está todo perdido. Nuestro paso por la tierra es temporal, viajamos juntos, no solo los humanos como en The end, sino con la naturaleza. Contribuyamos a la salvación del mundo. Que nuestra civilización sirva para conectarnos a la naturaleza, que a su vez nos conecta con el espíritu. Necesitamos Fe. 


  Recientemente he visto The seasons of the year de 1975, mediometraje remarcable que quizá en otra ocasión aborde. A fin de cuentas el valor de estas obras está en el momento en que uno las experimenta, hago este breve artículo a manera de homenaje y para que aquellas personas que no saben cómo enfrentarse a estas obras de arte, se les facilite. 

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